miércoles, 24 de diciembre de 2014

El dolor de Amalia.

— ¿Alguien quiere pasar a leer lo que escribió?
La voz del profesor Víctor Rodríguez recorrió el aula en segundos y se apago tan rápido como había comenzado a sonar.
Tener 17 años no les servía de mucho a los alumnos de sexto 1°, ya que al momento te de leer lo que habían escrito para Literatura, se morían de vergüenza, no literal claro.
Una joven de nombre Amalia, estaba sentada sola en la esquina del fondo del aula, su pupitre estaba junto a la ventana. Ella había oído al profesor y no tenía problemas en ponerse de pie e ir al frente del aula a leer lo que había escrito. Pero la verdad era que el cielo se veía más lindo que leer frente a un aula, donde la mayoría eran idiotas que, desgraciadamente, no habían madurado todavía.
— ¡Vamos, no sean vergonzosos! ¿Quién quiere pasar a leer lo que escribió?, — volvió a insistir el profesor.
Nadie respondió.
El profesor miraba al aula con una expresión en su rostro de una pequeña desilusión, esperaba un poco más de sus alumnos.
Una mano se levanto en el fondo del aula. Todos giraron la cabeza al unísono para ver a la callada, fría y distante Amalia levantar la mano al aire…
Era algo demasiado estrafalario, raro, extravagante, anómalo. La joven ‘Castaña’, como la habían apodado por su cabello castaño, sus ojos castaños y su piel morena casi castaña, jamás levantaba la mano. Hacía ya un año y medio que ella había empezado a actuar así: lejana, fría, indiferente. Nadie sabía por qué era así o por qué de un día para el otro había empezado a ser así, y nadie quería preguntar tampoco.
Ahora Amalia alzaba la mano derecha, ofreciéndose voluntaria para leer frente al aula.
— Yo quiero leer profesor, —la voz tenía el tono habitual: desinteresado, como si ya lo hubiera vivido y visto todo.
El profesor Víctor estaba atónito, sorprendido, asombrado ¡La alumna más reservada que tenía acababa de ofrecerse para leer!
— Pase al frente señorita Amalia, —dijo el profesor lo más amable y neutral que puedo. No deseaba que se notara el asombro en su voz.
Poniéndose de pie, Amalia camino en silencio y a paso desganado hasta llegar al lado del escritorio del profesor Víctor.
El profesor carraspeo.
— ¿Qué es lo que escribiste Amalia? —Pregunto más sereno.
— No lo sé, —respondió una sincerada Amalia —. Supongo que algo.
— Bien, ¿tiene título?, —Amalia asintió —. Entonces puedes decirlo y comenzar a leer.
— Título: ‘No me duele’ —un compañero de Amalia hizo una broma grosera respecto al título y el profesor lo regaño, ella sólo suspiro con cansancio, se preguntaba por qué sus compañeros eran tan idiotas —. Autor: Yo, —continuo.
Por un momento Amalia hizo silencio, no tenía vergüenza de leer frente a la clase. Era otra cosa. Quizás qué lo que iba a leer era algo personal. No estaba segura. Desdoblo la hoja, tomo aire y se dispuso a leer.
“Veo por la ventana al cielo y las estrellas.
El cielo se ve cristalizado. Quizás sean mis húmedos ojos los que hacen que lo vea así.
¿Hace cuánto que te fuiste? Me gustaría saberlo.
Me encuentro una vez más contándole mis problemas a la pared.
Todo normal, nada extraño paso. Sólo te fuiste, nada anómalo. Las personas se van, terminan partiendo a un lugar o a otro, las personas parten y cuando una persona parte, parte para nunca más volver. Me acostumbraré a que no estés, creo que lo hago.
En serio, no me duele, sólo es el recuerdo que a veces regresa. Como sombra que nos acompaña, el recuerdo no es más que un fantasma.
El espejo me entiende cuando hablo sobre él. Me escucha y creo que me comprende, sabe todo sobre mí.
La vida sigue, el camino se torna angosto y día a día me digo “continúa niña, continúa que todavía falta mucho para el fin del pasaje”  
Y sigo adelante, pero a veces el recuerdo reaparece.
En serio, no me duele, sólo es mi corazón que a veces te recuerda, sólo es él, mi corazón que anhela aquellas caricias.
Todavía guardo las cartas que me escribiste, palabras tan hermosas no se quieren ir. También conservo en mi memoria aquellos sueños que compartíamos, los que dijimos que juntos cumpliríamos.
Siento que hubo cosas que dijimos demás y cosas que nos falto decir. Siento que fueron demasiadas las canciones que juntos escuchamos, de vez en cuando las vuelvo a escuchar, son muy hermosas para dejarlas en un olvido del pasado que no existe.
Los libros que leímos no quedaron en el olvido, a veces los leo por los dos, aunque ya no estés.
Tantas promesas en vano las nuestras, tantos sueños rotos. No fue más que una ilusión, porque ya estas lejos, demasiado, para cumplir lo que prometimos.
No me duele, te juro que no me duele, es mi corazón que no olvida. No puedo olvidar, el pasado siempre me acompaña, no existe el olvido y por eso mi corazón te recuerda…
No me duele, juro que no me duele. No sé porqué lloro, pero no es por dolor, porque el que no estés no me duele y enserio lo digo no me duele…”
Una vez que Amalia acabo de leer, notó que tenía los ojos algo húmedos. Levanto la vista del papel y vio a sus compañeros sumidos en un extravagante silencio, y penetrándola con la mirada, algunos de ellos tenían los ojos húmedos. Incluso el profesor Víctor tenía los ojos húmedos.
— Es muy hermoso lo que escribiste Amalia, —alabó el profesor. — ¿En qué te inspiraste?   
Amalia volvió a bajar la cabeza a la hoja.
— En mí profesor, en mí me inspire, —tenía la voz al borde del quiebre, pero no se iba a quebrar frete al aula.
Camino cabeza baja hasta el pupitre.
El aula se había sumergido en un silencio fuera de lo habitual, un silencios que poco a poco, y para suerte de Amalia, comenzó a romperse hasta que el aula volvió a ser el de antes.
Amalia volvió la vista al cielo a través de la ventana.

— No me duele, sólo es el recuerdo… —Susurro al aire. 


Para todas las Amalias del mundo. 

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